sábado, 2 de enero de 2010

Me resisto con insistencia al abismo,
una torpeza sutil que aniquila el espíritu,
¡que horda de estupideces domina el temple
pues bastó el menor descuido para importar tempestad!
ironía, suplicio, delirio constante... asfixia, sucumbe, suprime.
Degolló la confianza, desvió la mirada...
ahora, entre el polvo del desconcierto se nubla el escenario,
nada está claro, nada está lo suficientemente confuso...
claridad y abominación se debaten en encarnizada batalla
luchan por tener la razón, por obtener el reconocimiento de la coherencia,
mas ignoran que el desconcierto no depende de ellos,
sino de una voluntad interior que no está ni estará nunca sujeta a su vil encomio.

Y aquí me debora las carnes,
me corroe cual oxido circulara por mis venas,
se hace parte de mi, entrelazando su crudeza a mi existencia
como si hubiera siempre estado allí,
como si sus raíces formaran parte de mi suelo,
como si su desorden fuera el orden de mi caos,
como si me hubiera llevado al punto irreversible del abandono y el desasociego,
como si ya nada pudiera hacer,
como si me quisiera decir que debajo de las pieles palpitara una horda de funestas convicciones,
se instala con propiedad en un mundo que no le pertenece,
me quema las entrañas saturadas,
oídos sordos de una súplica agonizante,
se adueña de mi como si ya no fuera posible escapar...

menguados los días,
socabados bajo el oscuro tinte de la tristeza...
si de la alegría de los días se obtuvieran colores para el cielo,
¡que gris sería este mañana!..



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